Debido a mi estatus de rônin, luego de haber dejado de asistir a mi Dojo original por razones que más adelante posiblemente revelaré en este blog, no estoy entrenando en dojo alguno.

Asimismo, debido a que soy sociable con mis amigos y a que últimamente mucha gente ha pensando en mí haciéndome sujeto de agasajos y fiestas, pues empecé a notar cómo mi ropa empezaba a sentirse un poco más ajustada con cada día que pasaba.

Ambas situaciones me crearon un problema con mi ropa y mi bolsillo, porque no estoy en condiciones de comprarme ropa nueva y soy de los que usan las prendas hasta que terminan como trapos de piso.

Me di cuenta de que no iba a poder detener el crecimiento de mi ya engreído abdomen si es que no hacía algún tipo de ejercicio exigente. Lo más preocupante fue empezar a sentirme débil y sin resistencia muscular. Entonces recordé que hace mucho tiempo habían inaugurado un gimnasio a la vuelta de mi casa.

Fui, me matriculé y recibí mi rutina. Claro que no voy a ser tan gay de pedir una rutina para bajar de peso, yo quiero simplemente exigirles un trabajo fuerte a mis músculos para que no pierdan su fuerza o su resistencia. El hecho de bajar de peso es una consecuencia, no un objetivo.

El gimnasio se parece mucho al de Apollo Creed en Rocky III. Paredes sin tarrajear, máquinas viejas, óxido en algunas partes y un 90% de población masculina (5% es femenina y 5% es gay de los restantes).

Basta decir que me gustó el look del gimnasio. Era un lugar para trabajar, sufrir y sudar...casi como lo que debe ser un verdadero dojo. Obviamente, si hubiera ido con cualquiera de las mujeres de mi entorno (excepto mi hermana), me habrían dicho: "ay, este lugar es bien feo, mejor buscamos otro". Cosas de mujeres.

Hoy fue mi segundo día y espero tener la voluntad para seguir asistiendo a esa casa del dolor, pues el hecho de que esté a la vuelta me hace ahorrar mucho tiempo y dinero. Sin embargo, añoro cada día más mis días de entrenamiento en mi Dojo y no puedo dejar de pensar en que me arrebataron lo que por trabajo me gané.

Mientras veo la forma de regresar, mi días serán días de fierros.

Katsumoto
Hace mucho tiempo vi en uno de los episodios de Los Simpsons cómo se burlaban -una vez más- del abuelo Simpson. En este capítulo, Abraham (Abe) Simpson empezaba a hablar sobre un tema y poco a poco perdía el enfoque sobre el tema principal. No contento con esto, el pobre abuelo seguía hablando mientras sus oyentes se aburrían y hasta desesperaban al ver que no dejaba de hablar ni para acomodarse los dientes postizos.

Inicialmente pensé que era parte de la creatividad de los guionistas; sin embargo, luego recordé que yo lo había vivido ya y hasta me animé a revivirlo para comprobarlo.

Desde hace varios años, mi abuela paterna vive en Estados Unidos. Antes de que se vaya, recuerdo que para mis hermanos y para mí era muy difícil estar a gusto a su lado. Ella empezaba a contar sus historias de juventud y otras anécdotas de su vida, obviamente sin que nadie le hubiera pedido que nos relate un cuento o algo parecido.

Decidí confirmar mis sospechas antes de empezar a rajar de los pobres viejos. Mi abuela materna -muy distinta a mi abuela paterna- se viene hospedando en mi casa circunstancialmente. Luego del desayuno, decidí quedarme sentado en la mesa mientras tomaba un poco de jugo. No pasó mucho tiempo antes de que mi abuela empezara un interminable discurso con un "Ay! Te cuento..." y yo -instintivamente- me sentí atrapado y sin salida.

Mi abuela empezó con un tema bien definido, pero cada cinco minutos parchaba el final de una anécdota con el inicio de otra y sinceramente, no me daba la oportunidad de abrir mi boca y soltar una frase para cortarla. Mi hermana se dio cuenta y me dijo en voz baja: "provecho"; yo me di cuenta de su actitud cachacienta y pensé "maldita".

Pasaron dos horas y mi abuela seguía hablando sobre sus amistades, sus vecinos, sus conocidos, la gente que estaba delante de ella en la cola para la atención en el seguro médico, los negocios que hay en su barrio, la gente que trabaja en el supermercado de su barrio, etc...cosas que realmente no me interesan y dudo mucho que le interesen a alguien.

En eso, aunque mi mente curtida por la meditación había logrado concentrarse y aguantar el suplicio del discurso interminable; mi cuerpo no pudo más e hizo sonar mi estómago en clara señal de que el jugo de papaya había hecho su trabajo. Incluso fue difícil decir: "tengo que ir al baño, con permiso"; pero finalmente lo logré y escapé al baño, donde me encerré y luego de hacer mis deberes, me lavé la cara para planificar mi fuga total hacia mi bunker llamado habitación.

Salí del baño y desde la puerta del mismo grité hasta la cocina: "Estoy con sueño, me voy a dormir, cualquier cosa estoy en mi cuarto".

Misión cumplida.

Katsumoto
Este último jueves fue 8 de octubre y -como desde hace mucho tiempo- en el Perú es un día feriado. Aunque mucha gente lo único que hace es esperar ese número en el calendario para programar viajes, comilonas, fiestas o resacas; me llamó la atención la esencia de nuestro 8 de octubre.

Como sabemos, el 8 de octubre (1879) recordamos el Combate de Angamos. Desde el colegio, gracias al curso de Historia del Perú, nos cuentan cómo fue que se desarrolló el citado combate.

El Combate de Angamos fue uno de los episodios resaltantes de la Guerra del Pacífico. Una guerra que dejó sinsabores desde su declaratoria y que pesa en las almas de las naciones chilena y peruana hasta nuestros días en forma de resentimiento. Sin embargo, me ocuparé de este tema en otro momento.

No voy a repetir ni copiar lo que dicen los libros de historia, pues para eso ustedes y yo hemos ido al colegio y durante tantos años nos han hecho memorizar nombres y fechas. Me limitaré a comentar el significado del Combate de Angamos.

El Combate de Angamos es una de nuestras fechas más tristes. En él perdimos a uno de nuestros más valientes y honorables peruanos. Miguel Grau Seminario y su gloriosa nave, el Huáscar, no merecen que recordemos el día en que sus luces se apagaron. ¿Por qué el feriado de Grau no recuerda su natalicio? En otros países (más orgullosos que nosotros), los feriados de los héroes nacionales pertenecen a los días de sus nacimientos.

En contraposición al 8 de octubre, un día fatuo en los corazones peruanos; por alguna extraña razón, se derogó -desde hace varios años- el día 9 de diciembre como día feriado. Recordemos que el 9 de diciembre de 1824 se llevó a cabo la Batalla de Ayacucho, la cual selló la independencia del Perú frente a la Corona Española. No obstante, el 9 de diciembre no es día feriado en Perú. Sólo Ayacucho celebra el feriado regional, como si la independencia y la sangre vertida en es batalla pertenecieran sólo a los ayacuchanos.

¿Cómo es que celebramos -pues no estamos tristes en esas fechas- los feriados que nos recuerdan nuestras pérdidas y, por el contrario, olvidamos y llegamos a ignorar las fechas que nos hacen sentir orgullosos?

¿Es que acaso los peruanos somos mazoquistas y nos gusta sentirnos tristes por nuestro pasado?

Sinceramente, no lo entiendo.

Katsumoto
Ya son varios años desde que aprendí la lección que titula esta primera composición, por eso no puedo dejar de agradecer a quienes han hecho posible la existencia de este blog.

En primer lugar, quiero agradecer a mi hermana Andrea, quien me enseñó a configurar mi acceso a internet. Cuesta trabajo pensar que aquello que resulta tan fácil para una generación tan cercana, sea tan difícil para aquellos que nacimos unos años antes que ellos. Ya llevaba yo tres horas sudando frente a la computadora, cuando ella llegó para resolver mi problema en -literalmente- cinco minutos. Gracias, hermanita.

En segundo lugar, agradezco a mi estimado amigo Ziel, quien me ayudó con la configuración y creación de este blog (él prácticamente ha hecho todo, yo sólo lo estoy llenando de palabras). Llevo algún tiempo escribiendo historias muy cortas y simples, pero confieso que nunca habría empezado un blog si no fuera por el ejemplo y la ayuda de Ziel. Gracias, por tu paciencia y atención, amigo mío.

En tercer lugar quiero agradecer a todos aquellos que indirectamente hicieron posible este blog. Acá me refiero a mi madre, quien nunca me dejó ser una mosca y me exigió volar tan alto como las águilas; a mi padre por haber roto -con su ausencia- la burbuja en la que viví hasta los once años y haberme dado así, la oportunidad de hacerme fuerte en cuerpo, mente y espíritu.

Finalmente, agradezco de antemano a todas aquellas personas que se den el trabajo de leer mis opiniones, crónicas y composiciones. Asimismo, agradezco por anticipado todos los comentarios que dejen en este blog.

Onegai shimasu.

Katsumoto